Bueno, se cierra un período. Mañana se abre otro, nuevito, reluciente.
Parafraseando a Mafalda, ojalá nos tomemos un tiempo considerable antes de estropearlo. ;-)
¡Feliz año y mejor vida para todas y todos!
Enfrentamientos? Para los que han vivido guerras o conflictos armados esta palabra les recuerda el dolor y lo sangriento de la guerra. No lo quiero plantear así. ¿Enfrentamientos? es lo que hacemos todos los días ante los eventos de la vida. Los enfrentamos de diversas maneras, ¡Incluso evadiéndolos! El espacio es para ir compartiendo mis ideas y sensaciones ante los eventos que me toca experimentar, de mi ciudad o del mundo.
Maneras de hacer pan, son infinitas en la vida. Y maneras de hacer revólveres, también. Se hace pan con harina, con madera, con lienzo, con predicación y con ejemplos, con lágrimas y con sonrisas; se hace pan con la azada y la escoba, con la pluma o con el serrucho, con la aguja y la almádana. Se hacen revólveres con el juego y con la embriaguez, con la prostitución y con la usura, con la adulación y con la mentira, con la extorsión y con la opresión, con la mezquindad y con el fausto, con la avidez y con el fraude.
Aun más, casi no hay acto ni pensamiento de nuestra vida, que no sea pan o revólver; que no sea para salud y alegría, o para enfermedad y tristeza. Los hombres de eso vivimos; unos haciendo pan y otros revólveres; y de ser prudentes, no emprenderíamos nada ni colaboraríamos en nada, sin preguntarnos antes severamente si aquello era pan o era revólver.
Asimismo, dondequiera que un hombre está fabricando un revólver, podrá decirse, y enorgullecerse, si es cruel y soberbio:
Este revólver que yo estoy fabricando con mis manos, lleva en sí la muerte. Adondequiera que lo lleven, irá con él una amenaza, un peligro de muerte. Quienquiera que lo use, no podrá usarlo sino para herir o matar. Un malvado o un justo, un adulto o un niño, un ignorante o un sabio, no podrán hallar en él otra cosa que sangre y muerte. Que lo disparen ellos o que lo disparen contra ellos; que sea de intención o por descuido, por malicia o por juego, para atacar o para defenderse, nadie dará con él ni recibirá de él sino la muerte.
Así es que yo, haciendo este revólver, son un sacerdote de la muerte; y si hay un Demonio o un Infierno que se complazca en el dolor, han de sentir que yo soy, como ellos, un creador de tristeza y de ruina: lo mismo que la peste, lo mismo que el ciclón y el terremoto, lo mismo que el naufragio, lo mismo que el hambre y el incendio.
Donde quiera que un hombre esté amasando el pan, podrá decirse, -y confortar su espíritu con este pensamiento:
Este pan, alguien lo ha de comer; raro será que se pierda sin que alguno lo coma. Aun si de la mesa lo arrojaran al suelo, servirá para alimentar al perro, o las hormigas vendrán y lo harán migas, y se lo llevarán a su granero. Así es que esta fuerza de mis manos, aplicada a la harina, se está tornando vida. Sí, estoy haciendo vida, fuerza, alegría, ni mas ni menos que si fuera yo el sol...
Luego, quienquiera que se alimente de este mi pan no sacará de el sino salud; pobre o rico, bueno o malvado, avaro o generoso, lo que yo le envío aquí es fuerza, es salud, es alegría. Que lo lleven a la mesa del juez o a la celda del criminal, lo mismo da: en este pan en que han colaborado el aire y la tierra, el agua y el fuego, y, por gracia de Dios, también yo, nadie puede hallar sino alegría, fortaleza, salud.
Before enlightenment -- chop wood, carry water. After enlightenment -- chop wood, carry water.
"Antes de la iluminación, cortaba madera, acarreaba agua.
Después de la iluminación, corto madera, acarreo agua.
50 FRASES TIPICAS DE MAMÁ
1. Un día de estos se levantan y no me van a encontrar, y a ver qué hacen...
2. Como aquí tienen a la 'sirrrrvienta' que les hace todo
3. Todo lo que me he sacrificado por ustedes y miren cómo le pagan a uno
4. Ese es el ejemplo que les está dando a sus hermanos
5. ¿Usted sí reza y se persigna antes de dormirse?
6. Uno les contesta el teléfono y ni siquiera dicen buenos días o por favor
7. Cuántos niños no estarán deseando ese plato de comida y usted rechazándolo
8. Para que hagan las cosas bien hay que estar detrás de ellas
9. Yo no sé por qué esta juventud de ahora se mantiene muerta de pereza
10. Usted no se manda solo, cuando trabaje y se mantenga, hablamos
11. Mientras usted viva en esta casa, se hace lo que yo diga
12. ¡Ustedes me van a volver loca!
13. Pero si se acaban de ver, no entiendo por qué siguen hablando por
teléfono
14. Esa amistad no me gusta
15. Yo ya les enseñé lo bueno y lo malo, ustedes verán
16. Es mejor que vaya comido, porque uno no sabe con qué le van a salir
17. Para que le hagan un favor a uno hay que arrodillarse, en cambio viene
cualquiera de la calle y salen corriendo
18. No se le olvide que primero fue mamá que novia
19. Me hace el favor y le dice a su amigo que se baje y timbre, que esto
no es 'drive-in' para estar pitando
20. Usted qué cree ¿que esto es un hotel?
21. Mire... (ponga aquí su nombre, si es compuesto mejor, por ejemplo
Diego Andrés) no me conteste ni me levante la voz
22. Para qué me preguntan si van a hacer lo contrario
23. Mijo, ¿usted sí está comiendo bien?
24. Es que es igualito a su papá
25. No les habremos dado lujo ni riqueza, pero les dejamos estudio
26. En la calle son solo risas y en la casa todo les molesta
27. Cuando tengan hijos se van a acordar de mí
28. Vaya pregúntele primero a su papá, a ver él qué dice
29. ¡Con usted todo es una lucha!
30. Estas no son horas de llamar a una casa decente
31. Me puedo estar muriendo y ustedes no le pasan a uno ni un vaso de agua
32. El teléfono no es para hacer visitas
33. Ese cuarto suyo parece un chiquero, no tiene arrimadero
34. Qué van a hacer el día que me muera, quién les va a hacer todo...
35. ¡Es que esas mujeres de ahora no saben hacer nada!
36. Eso era que no le convenía. Lo que es de uno, es de uno
37. ¿Amigos?, amigos lo que tenga en el bolsillo
38. ¡Ah! Usted verá, para qué no me hizo caso
39. El día que me convierta en un estorbo y en una carga para ustedes van
y me tiran a un ancianato
40. Creen que porque ya dan algo en la casa pueden tratarlo mal a uno
41. Una cosa es libertad y otra libertinaje
42. No hay como el 'hotel mamá'
43. Hasta la una, ni un minuto más
44. ¡No hay poder humano!
45. ¿A qué hora va a llegar?
46. Por qué no me contesta el celular
47. Cuándo será que tienen tiempo para mí
48. ¿Eso es lo que le enseñan en el colegio?
49. Se lo dije...
50. Porque yo soy su mamá ¡y punto!
"Paradójicamente, mientras la revolución digital ha ampliado las fronteras de la aldea global, la gran mayoría de los habitantes del mundo no se ha subido al vagón de este fenómeno en evolución. Por eso también se ha hecho cada vez más grande la brecha que separa el conocimiento de la ignorancia y los ricos de los pobres, tanto dentro de cada país como entre países."
El singular encanto de la máquina de escribir
La computadora irrumpió en la vida de forma paulatina, pero invasiva y, más allá de las polémicas que provocó su aparición, lo concreto es que se cobró una víctima: la máquina de escribir.
En su artículo "El amargo encanto de la máquina de escribir", Julio Cortázar describió de manera magistral su obsesión cuando usaba el artefacto: "Lo peor es que cuando uno se vuelve mecanógrafo esencial ya resulta imposible escribir de otro modo, y la escritura mecánica termina por ser nuestra verdadera caligrafía". A tantos otros hombres de las letras como Günter Grass, Rodolfo Walsh, Gabriel García Márquez, Roberto Arlt o Truman Capote es imposible imaginarlos sin sus amadas compañeras sobre el escritorio.
Sin embargo, rastrear a quienes hoy persisten en usar una máquina de escribir no es un trabajo fácil. "Sigo usando la máquina porque, entre los defectos que tengo y que tiene mucha gente grande, rechazo un poco la tecnología; aun reconociendo el enorme valor que tiene", dice Carlos Imaz, periodista de la vieja escuela y miembro de la asociación que agrupa a los jubilados de esta profesión. El hombre aún emplea su Remington. Alguien más que a diario le saca brillo a las teclas es el historiador Félix Luna. "Se niega al uso de la computadora", asegura su hija Felicitas, que en muchas ocasiones pasó sus escritos a la PC. Luna es egresado orgulloso de las Academias Pitman y todavía escribe sus novelas en una entrañable Olivetti Lexicon. Y sabe usar hasta el dedo meñique.
Las personas y las máquinas
Cosa paradójica, la inevitable evolución de la máquina de escribir trajo consigo su desaparición, ya que las electrónicas -de última generación- fueron las predecesoras de las computadoras. Ahora las pocas máquinas que quedan en circulación son rematadas como antigüedades en los sitios de Internet, donde, como una triste mueca del destino, para hacerlo se echa mano a la herramienta que la desplazó definitivamente: la computadora.
En la guía apenas figuran poco más de una docena de casas que venden o reparan máquinas de escribir. En la mayoría, que poco a poco fueron sumando otros servicios -ahora arreglan calculadoras, computadoras, cajas registradoras e impresoras-, aducen que ya casi no reciben máquinas de escribir para arreglar. Sólo las llevan unos pocos nostálgicos o gente negada a adaptarse a la computadora.
Lo certifica Matías Van Kemenade, que, con 77 años, sigue viviendo rodeado de máquinas de escribir. "Mi padre comenzó con el negocio de la reparación en la década del 30 y yo seguí sus pasos", dice el hombre desde su casa-taller en Olivos, entre cajas con cientos de carreteles de cintas entintadas, bracitos de tipos de diferentes modelos y teclas que, seguramente, ya no serán usadas. "Debido al gran auge se justificaba la importación de máquinas de Estados Unidos, Italia, Alemania o Dinamarca. Hasta hubo una hecha en la Argentina. La Huella era una máquina de escribir que se desalineaba fácilmente y no tuvo mucha aceptación", comenta Matías Van Kemenade sobre el aparato nacional que no duró mucho y que, haciendo poco honor a su nombre, desapareció sin dejar rastro.
Vanina Berghella
Tal vez Henry, o Peter, o Christopher
Que la máquina de escribir era un aparato deshumanizante, con esta crítica feroz tuvieron que lidiar sus primeros usuarios. Pero a pesar de la mala prensa del comienzo, muchos se adjudicaron su invención: al parecer, existe el registro de una patente de fabricación otorgada en 1714 por la reina Ana de Gran Bretaña al inventor Henry Mill, que habría sido el primero en construir un aparato semejante. Según alegan en Parcines -una remota ciudad al norte de Italia-, allí nació el verdadero creador, Peter Mitterhofer, que en 1864 desarrolló su propia máquina. Hasta existe un museo erigido en su honor que atesora una increíble colección con más de 1200 modelos.
Pero fue en 1874 -cuando la compañía norteamericana de rifles Remington comenzó la fabricación industrial de un aparato diseñado en 1868 por Christopher Latham Sholes- el año en que nació y se popularizó la máquina de escribir casi con el formato actual. Este primer equipo poseía un pedal que les daba el impulso a los tipos y las teclas parecidas a las de un piano. Aunque el detalle más importante es que ya contaba, tal y como lo conocemos hoy, con el teclado QWERTY: un sistema de distribución de cada letra que facilita la escritura mecánica.
Alta en el cielo
¿Qué es la Argentina? ¿Cuándo y cómo nació la Nación? ¿Qué debe tener un personaje histórico para ser un prócer? ¿Cómo fueron las relaciones del país con el mundo? Un equipo de investigadores coordinado por Luis Alberto Romero analizó la imagen de la Argentina que fueron construyendo los manuales escolares a lo largo de medio siglo de pedagogía. De los célebres Peuser al clásico Astolfi, de Etchart-Douzón a Blas Barisani, la bibliografía de Historia, Geografía y Civismo niega o pasteuriza la política, reduce la Patria a un puñado de tópicos sentimentales y traduce su Historia al idioma paranoide de una gesta maníaca.
Por Sergio Kiernan
Los argentinos no tenemos una bandera, tenemos un águila guerrera que, alta en el cielo, jamás fue atada al carro triunfal de ningún vencedor de la Tierra. No somos ciudadanos sino patriotas que batallaron y batallan contra todo tipo de conspiradores expansionistas para preservar nuestro territorio y nuestras riquezas codiciadas por otros. Somos incapaces de agresión alguna, apenas víctimas de imperialismos diversos que vamos a la guerra sólo cuando nos arrinconan. El nuestro no es un territorio: vivimos en suelo sagrado regado por la sangre de santos cívicos.
Este retrato arrogante y paranoico es el que destilan los manuales de historia argentina y sus corifeos, los de geografía e instrucción cívica. Y es el sujeto de un libro sorprendentemente divertido y polémico, "La Argentina en la Escuela: la idea de Nación en los textos escolares", que acaba de publicar en el sello Siglo XXI Argentina un equipo de investigación coordinado por Luis Alberto Romero. El libro hace un descubrimiento sintético y útil: los manuales de historia no pretenden enseñar historia sino el ritual de ser argentino, y ni se molestan en relatar orgánicamente qué ocurrió y por qué, sino la interpretación que nos hace ser lo que somos.
El descubrimiento puede resultar chocante, porque esta idea escolar de patria ya la tenemos integrada a nivel celular. Es tan fuerte que los únicos cuestionamientos a la enseñanza de historia son que no cuenta algún aspecto, que es "una historia oficial". Estos rezongos generalmente se limitan a que Rosas no aparece como héroe, que no se le dedican suficientes páginas a López Jordán, que falta alguien en el panteón. Lo que nadie cuestiona es que la Patria nació el 25 de mayo de 1810, que la Patagonia siempre fue argentina, que nuestra historia es la historia de la formación del Estado, que exista el panteón. El ritual aprovecha una feliz coincidencia: las fechas patrias aparecen en orden. La Nación nace el 25 de mayo, tiene bandera el 20 de junio, es independiente el 9 de julio y festeja a su santo de la espada el 20 de agosto. Caseros quedó afuera del calendario por el pecado de ser una batalla de verano: el 3 de febrero no hay actos escolares y los chicos no se disfrazan de Urquiza.
Esta historia de efemérides nos llega con un subsuelo del viejo liberalismo sobre el que se construyó abundantemente con ladrillos nacionalistas y militaristas. Las Fuerzas Armadas hace rato que tienen secuestrada la Geografía y hasta lograron que sea ilegal editar un mapa que ellos no aprueben o produzcan en su Instituto Geográfico Militar. Así nos convencieron de que la Antártida tiene un sector nuestro y que las Malvinas son, fueron y serán argentinas, argumentos ambos que no impresionan demasiado a quienes, pobrecitos, no fueron a una escuela argentina.
El militarismo se ve en detalles iconográficos -como que el abogado y civilísimo Belgrano termine de general- y en la misma definición de Patria. En 1810 nace "una nación íntegra y unánimemente patriota" que se va vertebrando en un Estado gracias a su ejército, que es naturalmente católica, que es dueña de un territorio (aunque todavía no lo controle) y que tiene, por supuesto, "un destino de grandeza" que no se cumplirá por "enemigos que se encuentran afuera, los vecinos celosos y la pérfida Albión". Y más tarde por los enemigos internos que inventa la doctrina de Seguridad Nacional.
De Mitre al revisionismo
Pese a los cambios profundos que se producen al restaurarse la democracia -cuando se introducen conceptos de convivencia y diversidad-, la historia de los manuales sigue "un sentido común acerca de lo que significa ser argentino", "un relato de nacionalidad aceptable para la sociedad". Cuenta Romero que la primera historia la construyeron los que estaban armando el Estado, gente como Mitre o Vicente Fidel López. La siguiente camada es la primera de profesionales de la historia, que introducen conceptos científicos, basan sus afirmaciones en documentos e investigaciones serias, fundan las instituciones de su profesión y quedan etiquetados como la Nueva Escuela Histórica Argentina. Ellos construyeron un relato tan exitoso que hoy parece que siempre hubiera estado ahí, increado y perfecto.
Para los NEHA, "la disciplina y relato de la historia debían tener como objetivo la formación de la nacionalidad y la difusión de un conjunto de valores asociados con ella". Esta nación no es un pueblo o una sociedad, o lo es apenas: es un hecho jurídico y territorial que termina en 1862, con la organización nacional, o en 1880, con Buenos Aires finalmente Capital Federal. El revisionismo cuestiona el moño de ese guión, no sus reglas básicas. Le agrega un poquito de pueblo -no mucho, porque los primeros revisionistas, como Ibarguren, Palacios o los Irazusta, eran chicos de buena familia- pero pierde como en la guerra en su intento de copar las escuelas durante el primer peronismo. Dolidos por la indiferencia de Perón, que los considera "piantavotos", ven cómo se sigue canonizando a masones y liberales y cómo las estaciones de trenes se llaman previsiblemente Mitre, San Martín, Belgrano y, pecado venial, Urquiza. Curiosamente, la Libertadora transforma al revisionismo en historia nacional y popular, proyectando a gente menos oligárquica como Pepe Rosa y haciendo obligatoria su lectura entre todos los militantes populares. El revisionismo terminó en una bolsa de gatos de integristas católicos y nacionalistas de izquierda que generó ideas reivindicadas tanto por Tacuara como por Montoneros. Lo que nunca hizo fue cuestionar que Estado y Nación son la esencia misma de la historia argentina.
Argentina eterna
De todos modos, las discusiones entre historiadores ya estaban en la irrelevancia frente a un cambio inesperado: a partir de 1956, por una reforma educativa, los manuales pasaron a ser escritos por profesores de secundaria y no por historiadores profesionales. Ajenos a la investigación, las fuentes originales y los archivos, los profesores se concentraron en "traducir" a los profesionales y en reforzar el relato de la nacionalidad. Fue entonces que se consolidaron ciertos elementos que ya están tatuados en quien haya hecho la escuela por estas costas.
Por ejemplo, quién es un prócer. La historia argentina no es una política del pasado sino una gesta, una epopeya en la que figuran solamente aquellos que empujan la acción y van hacia la independencia y la consolidación del Estado. No es una historia de personas o de una sociedad, sino del nacimiento de una república, por lo que todo lo que sea real -egoísmos, intereses particulares, sexo, sociedad, comidas, arquitectura, cultura- queda tapado por la Gran Tarea. Como no hay evolución, la historia de manual termina siendo a-histórica.
En otros países se asume que la nación o la república -o reino o ducado, por caso- no existía hasta que comenzó a existir porque la gente así lo decidió. La Argentina, en cambio, resulta eterna, preexistente a todo, esperando ganar conciencia de sí misma para ponerse una bandera. Por eso los manuales dicen disparates como que los conquistadores desembarcaron y fueron recibidos por indios argentinos, o que notaron con curiosidad una fauna argentina y se sentaron a la sombra de árboles argentinos. Los manuales no pueden concebir la historia de otro modo. Si se cuenta la historia argentina como la suma de voluntades y accidentes que fue, señala Romero, se implica que el país podría no haber nacido o podría haber sido distinto. Esto es inconcebible para un sistema que enseña a ser argentinos tanto como lo sería para una misa.
Los peruanos enseñan en sus escuelas que en una época fueron incas, independientes y gloriosos, y que luego llegaron los españoles. Los indios "argentinos" que se encontraron los hijosdalgo de Garay no dan para ancestros, por lo que los manuales valorizan hasta la manía el territorio. Astolfi, en su aburrido manual, afirma entonces cosas como que en el fuerte de Sancti Spiritu "se cultivó por primera vez el suelo argentino", lo que además de tonto deja en falsa escuadra a los diaguitas, que hacían canaletas y plantaban maíz mucho antes de escuchar su primer ¡coño!
Con el tiempo, estos españoles acaban siendo protoargentinos, criollos. Es que eventualmente aparecen en escena "extranjeros de verdad", como los portugueses y los ingleses. El resaltador aplicado a estas tensiones coloniales viene de la geopolítica, planta nacionalista y militar que creció bien en los manuales obsesionados por el territorio. En lugar de explicar sucesivas invasiones y tropelías como parte de juegos dinásticos y políticos europeos, los manuales pintan al extranjero como gentes que acechan el sagrado suelo nacional. El educando nunca se entera de que un país, en el siglo XVIII, pasaba de soberanía, lengua y religión como dote de una princesa o coima para un cese el fuego. La óptica es siempre siglo XX, con la sacralización de fronteras, por lo que España es pintada en las escuelas como una eterna víctima lesada en sus derechos por piratas y protestantes. Los manuales argentinos inventaron un imperio no imperialista, una España que va a la guerra sólo para defender lo suyo, pobrecita.
Negar la política
La manía territorial hace que aparezcan como importantísimas muchas decisiones menores de la burocracia imperial. Los alumnos argentinos oyen hablar hasta el hartazgo de cosas como la Audiencia de Charcas o las misiones jesuíticas, presentadas como protoargentinas. Para los manuales, Carlos III crea el virreinato del Río de la Plata casi como un reconocimiento de que Argentina ya existe y es una unidad territorial. Los alumnos dejan la escuela con la vaga sensación de que de ese virreinato heredamos derechos sobre el Paraguay, el Uruguay, la Patagonia, Bolivia y las Malvinas, ya que se pinta a esos territorios como efectivamente gobernados desde Buenos Aires.
El virreinato se transforma en Nación gracias a las invasiones inglesas. Pintada con brochazos de gloria, esa escaramuza menor da "conciencia" y despierta a los argentinos, que no sabían que lo eran. Los "criollos" se dan cuenta de que son distintos a "los godos" y nacen como país porque fundan un Estado de la mano de los próceres, palabra imposible de encontrar fuera de los manuales argentinos. Después del 25 de mayo, no hay política: todos son "patriotas" conducidos por próceres que ayudan a mover la Historia en la única dirección posible y necesaria. Las facciones, peleas y desacuerdos quedan ninguneados y los manuales hablan de política como una asamblea conducida por Blumberg. Por ejemplo, Fernández Arlaud culpa de los problemas de la época a los "jacobinos" morenistas, y Etchart-Douzón dicen que la batalla de Suipacha se perdió por "la política". Este videlismo temprano pinta a la política como una infiltrada indeseable, antinacional, divisiva y sobre todo ajena a la Patria.
En Estados Unidos se enseña en las escuelas que la independencia fue un proceso político, la materialización de una filosofía, la creación de una organización diferente y novedosa. Lo que importa es la república frente a la monarquía, no tanto los americanos frente a los ingleses. Washington es más el primer presidente que el primer general -los manuales se complacen en subrayar que no era un militar demasiado talentoso-, y los pesos pesado son civiles como Hamilton, Jackson y Franklin. La Patria de los manuales argentinos parece fundada por el Círculo Militar. Acelerada hasta lo maníaco a partir del golpe de 1930, la militarización de la historia le pone uniforme hasta a Belgrano, transforma refriegas menores en verdaderos Waterloo y hace de San Martín un santo de uniforme, comparable con Napoleón.
Negar la política también lleva a absurdos como plantear que los argentinos nunca cambian, son incapaces de crecer. La Patria existió siempre, dicen los manuales, los argentinos eran una nación cuando eran una colonia y se separaron de España no porque les creció una nueva identidad -como a los norteamericanos- sino porque la metrópolis estaba gobernada por un rey tontón. Como la patria siempre existió, todo lo que tenía antes debería tenerlo ahora. De ahí surge la teoría de la continuidad de derechos, que dice que ya que el virreinato incluía a lo que hoy son otras naciones y a las Malvinas: todo eso, en realidad, es nuestro. El problema es que el virreinato fue un vago dibujo administrativo español, luego emprolijado y exhibido como cierto y certero por los manuales de escuela, un siglo largo después que dejó de existir. ¿Por qué el mapa actual no coincide con aquél? Por la perfidia de otros: Uruguay es "inventado" por los ingleses, los brasileños "roban" las misiones orientales, el Paraguay se separa por el tirano Gaspar de Francia, Chile conspira para tomarnos territorios. Y nadie agradece la cesión de territorios que los buenísimos argentinos hicimos. La resaca de esta versión escolar y paranoide -ni hablar de arrogante e insultante para nuestros vecinos- es la enfática insistencia en una Patria Grande en la que los argentinos tendremos un rol protagónico.
La guerra de independencia termina en los llanos de Ayacucho, cuando San Martín ya se había retirado de escena, por lo que merece apenas una mención al pasar. Los manuales argentinos no aceptan protagónicos extranjeros -¿Bolívar? ¿Sucre?- y sus páginas se concentran, a partir de 1820, en la pelea por organizar una Patria que siempre existió. Los caudillos todavía son gente mala, excepto cuando defienden la soberanía en la Vuelta de Obligado; los unitarios son más buenitos, excepto cuando saludan a los ingleses o al italiano Garibaldi sin darse cuenta de su cipayismo.
Luego llega el Fin de la Historia, la Organización Nacional. Éste es el período posterior a Caseros, uno de los más furibundamente politizados de la historia, que los manuales pasteurizan para consumo escolar. El separatismo porteño, las interminables batallas de políticos que no aceptan perder una elección, las intervenciones contra los caudillos, son detalles que no detienen el Gran Relato: Argentina, que siempre fue una Nación, pasa a ser una Gran Nación. Según los manuales, el mundo se queda boquiabierto ante creaciones nacionales como la Doctrina Drago -comparada abiertamente con la Monroe, ya que Argentina y EE.UU. son lo mismo- y ante la generosidad de declarar que "la victoria no da derechos" tras la guerra del Paraguay, que igualmente fue provocada por los pérfidos brasileños. Aquí hay también un cambio de actitud ante los indios. En el capítulo uno eran aborígenes argentinos que reciben a los españoles; en el capítulo de la Conquista del Desierto se transforman en "hordas llegadas de Chile", en salvajes cuyo pecado imperdonable es resistir por las armas su integración al Estado, bloquear el ejercicio de la soberanía sobre un territorio que siempre fue argentino.
Esta vanidad intelectual nos llega a todos cuando vamos de abanderados, formados y escuchando "Aurora". De delantal, cargamos sables corvos, vendemos empanadas, usamos peinetón. Seguimos repitiendo rituales de un Estado y Nación que no tienen gente, filtrados por el peso militar. Lo que explica uno de los primeros decretos de Alfonsín, ya olvidado: el entonces cruzado de la democracia descubrió que los argentinos teníamos prohibido usar nuestra bandera completa, con el sol, que era privilegio del Estado y de los militares, los verdaderos dueños de la nacionalidad.
Tomado de www.pagina12.com.ar en la sección Radar del día 12 de septiembre de 2004
Soy feliz,
soy un hombre feliz,
y quiero que me perdonen
por este día
los muertos de mi felicidad.
SilvioR, "Pequeña serenata diurna"