Hace días leí el texto de Arbolario sobre las pequeñas joyas que pueden encontrarse en las librerías de San Salvador si uno se dedica a hurgar en ellas. No digamos ya si nos vamos a las librerías donde todos los libros son de segunda mano. Me asombró encontrar una nueva edición del libro de Cortázar, "Fantomas contra los vampiros multinacionales" y mucho más el que estuviera disponible en nuestro país. Quizá ya estoy demasiado acostumbrado a ser casi un gambusino bibliográfico (en el sentido de tener que recorrer muchos estantes para encontrar cosas que realmente me gusten), que cuando esas joyas aparecen en nuestras librerías no dejan de sorprenderme.
Hubiera olvidado el asunto si no hubiese leído el siguiente artículo de opinión de Cecibel Romero sobre lo difícil que es hallar libros de ciertos autores o temáticas en las librerías de la capital.
El círculo vicioso
Oferta o demanda
Cecibel Romero
Jefa de Información Multimedia de LA PRENSA GRÁFICA
Desde hace años me andaba persiguiendo un escritor chileno. En 2003 murió y volvieron a resonarme los comentarios positivos que había escuchado, pero fue hasta abril pasado que decidí buscar uno de sus libros; cuando uno de mis blogueros favoritos, el periodista francés Jean Francois-Fogel, señaló que Roberto Bolaño se instalaría finalmente en el panteón de la literatura universal al haber logrado su primera traducción al inglés. "La culpa del mundo hispanohablante es tener al producto Bolaño sin tener al servicio de marketing para vender el producto", insistió Fogel. La reseña de Book Forum hacía alusión a Borges, Cortázar y Hemingway; la revista The New Yorker también apuntaba sobre la vinculación del autor con El Salvador a través del mundillo de los poetas de izquierda. Mi curiosidad aumentó.
Me fui de compras. En cuestión de media hora había recorrido las dos grandes librerías del país para encontrarme con lo normal: no hay nada de Roberto Bolaño. Mientras los estadounidenses se devoraban como pan caliente "The Savage Detectives" ("Los detectives salvajes") yo me fui decepcionada a internet con la clara intención de "piratear" para aplacar mis ansias; afortunadamente encontré disponibles las 70 páginas de "Estrella distante". Finalmente, un rápido viaje a Guatemala puso ante mis ojos los principales títulos (de sus 10 novelas y tres libros de poesía) y tuve un regreso feliz.
No voy a ocuparme de reseñar a Bolaño sino de la insatisfacción que generan la escasez de librerías y de literatura en el país. Estoy convencida, lo cual no significa que tenga la razón, de que en este campo si no hay oferta no hay demanda. Los libreros, supongo, creen lo contrario y recitan la máxima al revés: primero la demanda para que haya oferta.
En las tiendas locales, las opciones de literatura siempre están enmarcadas en los mismos grandes nombres: García Márquez, Vargas Llosa, Ángeles Mastreta, José Saramago. O los de moda internacional: Harry Potter, El señor de los anillos, etcétera. Los otros estantes los ocupan los libros de espiritualidad sincrética, de superación o "de super", como los llama una amiga. ¿Eso es todo lo que estamos demandando los salvadoreños? ¿O es la receta que nos están imponiendo los "promotores" del vicio de leer?
Seguramente esta triste realidad de las librerías está muy relacionada (no sé si como causa o consecuencia) con el indicador que la semana pasada nos reveló una encuesta de LPG Datos: el 36.2% de los hogares salvadoreños no tiene un solo libro. Y en el 45% de los que sí tienen lo que abundan son los textos escolares: diccionarios, enciclopedias y obras clásicas. Lo sabíamos, dirán los libreros, los premios Nobel u otros autores de ensayos y análisis; no obligados en el sistema educativo, no suelen ser los más buscados.
¿Cómo romper el círculo vicioso? Las casas de la cultura y bibliotecas públicas están infradotadas de recursos económicos y humanos; no tienen la capacidad de adquirir nuevos volúmenes para sus estantes ni de formar círculos de lectores.
Como está de moda y es tan fácil aprobarlo, por qué no crear un fideicomiso para el fomento de la lectura, que garantice el acceso masivo a los libros, e incluya un subsidio por el riesgo de pérdidas a algunas librerías u otras entidades culturales. Pero eso no será suficiente, ya lo sé. El Estado debe tener armas, pero también ganas de contrarrestar las fuerzas del mercado... como en todo.
No pienso ensañarme con las librerías locales. No me conviene pelearme con mis suministrantes de libros ;-) pero quiero recuperar algunas de las ideas que plantea Romero en su artículo.
Es cierto, la generalidad de la población salvadoreña no es aficionada a la lectura. Esto puede explicarse tomando en cuenta nuestro nivel general de educación formal y nuestra realidad económica. Dentro de la canasta básica es difícil que quepa un libro cuyo precio sea mayor de cinco dólares. Es decir, comprar un libro se considera un lujo en muchos hogares salvadoreños.
Es aquí donde entran en juego las bibliotecas públicas. Nos hacen falta bibliotecas, buenas, surtidas en número de volúmenes proporcionalmente a la población que pretende atender. Este rol es desempeñado parcialmente por las Casas de la Cultura a nivel nacional; pero según lo que he visto en unas pocas que he visitado, los libros escasean y muchas son obras de consulta con demasiados años de retraso en su lomo. En este sentido, no comparto la opinión vertida por parte del Director nacional de espacios de Desarrollo Cultural en una entrevista publicada hace unos días en LPG, en donde afirmaba que las Casas de la Cultura eran más que pequeñas bibliotecas. Por lo poco que he observado, no cumplen ese cometido satisfactoriamente.
Sobre la creación del fondo para el fomento de la lectura, pueden buscarse formas creativas de hacerlo. un amigo me contó que en la Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI) hay muchos libros embodegados por falta de un buen mercadeo que podrían distribuirse en todo el país. Además, el gobierno podría incentivar la impresión de obras nacionales (y extranjeras) de dominio público, con el único propósito de alimentar las bibliotecas municipales en los catorce departamentos de nuestro país. ¿Que sería una competencia a las otras editoriales? Quizá. ¿Sería eso mortal para las ventas de las librerías? No lo creo. Yo pienso que fomentando la lectura en todos los estratos socioeconómicos, las ventas de libros aumentarían.
Desconozco muchísimo del proceso de edición y publicación de un libro, pero me cuentan que algunas editoriales nacionales sobreviven de producir ediciones económicas de los libros que forman parte de las lecturas obligatorias de los planes de estudio del Ministerio de Educación. Posiblemente con estas ediciones subsidien a otras que no se vendan tanto o que no tengan mucho margen de ganancia.
Luego viene el problema de hacer que las personas desarrollen el hábito de la lectura. Aquí dejo abierto el tema a los expertos, pues no creo que mi experiencia personal de mucho.
En resumen, lo que planteo es el fomento de la lectura a través de la impresión y distribución de obras que son merecedoras por derecho propio de estar en los anaqueles de cualquier biblioteca de cualquier pueblo, sin importar que estén incluidas o no en un plan de estudios. Incluso puede evaluarse la opción de importar dichos títulos. Eso sí, que sean impresiones de mediana o buena calidad. He leído algunas de las ediciones económicas nacionales y, francamente, dejan mucho que desear en cuanto a la calidad del papel y de la tipografía. Exigente que es uno, pues.
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Entrevista de LPG al Director director Nacional de Espacios de Desarrollo de CONCULTURA. (enlace). Me parece que al Director Manuel Bonilla le faltó apuntalar mejor sus respuestas.
Categoría: Reflexiones, Literatura