3. La sexualidad dentro del matrimonio tiene fines únicamente reproductivos, nunca por el placer en sí mismo.
Es decir, que se ignora la importancia de la vida sexual dentro de la comunidad matrimonial. Todos los matrimonios tienen roces por los aspectos cotidianos de la vida de casados, y a estos les añadimos los problemas derivados de la falta de una vida sexual plena, pues que no nos sorprenda el alto índice de separaciones y divorcios. Claro, si dicen que no puedes usar ningún método artificial de control de la natalidad, lo único que te queda es reprimir y reducir la frecuencia de las relaciones de pareja, para evitar embarazos no deseados. Esto nos deja con cristianos que viven frustrados sexualmente.
4. El uso del preservativo en las relaciones matrimoniales está prohibido pues va en contra del principio de la procreación.
Esto tiene sentido si el fin único y exclusivo de la sexualidad humana es la supervivencia de la especie. (Punto que se aclaré anteriormente) Pero eso es poner las cosas en términos de blanco o negro. Imaginemos algunos casos: el hombre está enfermo (para simplificar, el hombre es fiel a su esposa y la adquirió de forma involuntaria y accidental) y si tiene relaciones con existe la posibilidad de transmitirle alguna infección a su pareja. No se sabe si la enfermedad cederá pronto, pero se sabe científicamente que con el preservativo se evitará la transmisión. ¿Qué debe hacer? ¿Abstenerse de vivir su sexualidad con su pareja mientras sana? ¿Y si la enfermedad es de lenta remisión? ¿Usar el condón de manera responsable y de mutuo acuerdo?
Sobre este punto, afortunadamente la Iglesia Católica ha caminado un poco (demasiado poco), y admite que hay casos en donde es moralmente aceptable el uso del preservativo.
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