http://archive.laprensa.com.sv/20041121/enfoques/enf_tribuna.asp
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Lero lero, a nosotros
Enrique Contreras
Editor Gráfico de LA PRENSA GRÁFICA
enfoques@laprensa.com.sv
Muchos no entienden el porqué de esa pasión enloquecida por el fútbol, o el porqué dependemos tanto de él. La respuesta es casi poética: es el mejor reflejo de la vida. Sí es un juego, claro, pero es la representación física y a todo color de las subrealidades cotidianas de todos, de las pasiones, desenfrenos, fracasos, de la lucha de clases y de la unificación de las mismas por meras dos horas, en un rito de almas sin vestiduras ni soberbias clasistas.
El fútbol relata el pulso de equipos que ganan contra todos los pronósticos a los mega megagigantes y astros de la ligas. Nos recuerda que las victorias son más jugosas cuando se gana con un hombre menos, o con el árbitro en contra, cuando las faltas son tan evidentes que retan a la paciencia del más santo. La tenaz superación de la adversidad se nos graba en el alma. Es de valientes y corajudos. Y también se aprende de los intentos, de esos que pudieron haber sido un 4 a 0 y terminaron siendo un 4 a 3.
Muchos se pueden ver a sí mismos en Zidane, que tras drible magistral llega a la gloria. En sus vidas, se ven saltando los obstáculos con elegancia y astucia, pero sin trampa, y consiguen gritar su triunfo con la furia, la pasión del mejor gol conseguido.
No sólo es una pelotita que rueda, ni los uniformes bonitos, ni el impresionante estadio, eso es sólo el complemento que rinde honor a la representación de nuestros mejores sueños. Es lo que lleva a hacer nuestros a los equipos, por eso lloramos, nos alegramos y desde niños coleccionamos pósters.
No es la simple pelotita pasando de taco en taco y a la que todos siguen, es el dominio de una técnica de supervivencia, es el aprender a divertirse de una derrota con sabor de victoria. Es saber reconocer la magia en una toma en cámara lenta, cuando la pelota está en el aire y puede ser de cualquiera, y ese cualquiera hace de pronto una maravilla.
El fútbol es un remolino multirracial que absorbe estéticas fugaces que le dan sazón a su mística. Enloquece a los que tenemos pasión por nuestras vidas, por los triunfos e intentos que no culminaron, aun cuando hicimos gambetas magistrales.
El fútbol es la dimensión temporal a la que prestamos nuestras almas, el espacio donde nos sorprendemos de que un jugador millonario nos represente.
El Salvador merece el respeto a esta vida que vemos como un juego, a los sentimientos que le dan color. Merece que esa representación de sueños y verdades no sea una periódica bofetada y burla. La verdadera locura e indignación viene de verlo como un simple juego que entretiene y llena los bolsillos. Esto es irrespetar el arte de lo cotidiano.
El fútbol relata el pulso de equipos que ganan contra todos los pronósticos a los mega megagigantes y astros de la ligas. Nos recuerda que las victorias son más jugosas cuando se gana con un hombre menos, o con el árbitro en contra, cuando las faltas son tan evidentes que retan a la paciencia del más santo. La tenaz superación de la adversidad se nos graba en el alma. Es de valientes y corajudos. Y también se aprende de los intentos, de esos que pudieron haber sido un 4 a 0 y terminaron siendo un 4 a 3.
Muchos se pueden ver a sí mismos en Zidane, que tras drible magistral llega a la gloria. En sus vidas, se ven saltando los obstáculos con elegancia y astucia, pero sin trampa, y consiguen gritar su triunfo con la furia, la pasión del mejor gol conseguido.
No sólo es una pelotita que rueda, ni los uniformes bonitos, ni el impresionante estadio, eso es sólo el complemento que rinde honor a la representación de nuestros mejores sueños. Es lo que lleva a hacer nuestros a los equipos, por eso lloramos, nos alegramos y desde niños coleccionamos pósters.
No es la simple pelotita pasando de taco en taco y a la que todos siguen, es el dominio de una técnica de supervivencia, es el aprender a divertirse de una derrota con sabor de victoria. Es saber reconocer la magia en una toma en cámara lenta, cuando la pelota está en el aire y puede ser de cualquiera, y ese cualquiera hace de pronto una maravilla.
El fútbol es un remolino multirracial que absorbe estéticas fugaces que le dan sazón a su mística. Enloquece a los que tenemos pasión por nuestras vidas, por los triunfos e intentos que no culminaron, aun cuando hicimos gambetas magistrales.
El fútbol es la dimensión temporal a la que prestamos nuestras almas, el espacio donde nos sorprendemos de que un jugador millonario nos represente.
El Salvador merece el respeto a esta vida que vemos como un juego, a los sentimientos que le dan color. Merece que esa representación de sueños y verdades no sea una periódica bofetada y burla. La verdadera locura e indignación viene de verlo como un simple juego que entretiene y llena los bolsillos. Esto es irrespetar el arte de lo cotidiano.
Pues si él así lo cree esta bien para él, ¿no? A mí la verdad no me convence su opinión.
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