A lo largo de nuestra vida, muchos hemos pasado por las instituciones de educativas en donde nos intentaron moldear como personas, nos inculcaron valores (ya algunos anti-valores) y nos hicieron pasar por un currículo de materias diversas. Sin embargo. a veces al sistema educativo se le ha olvidado lo más importante: enseñarnos a pensar.
Dirán algunos que eso no se enseña, que eso es algo natural en un ser humano normalmente socializado. Yo creo que no.
Otros podrán decir que eso es algo que cada persona puede aprender por sí misma, que no es obligación de la institución hacerlo. No estoy de acuerdo.
Yo creo que se puede aprender a pensar y que las instituciones educativas deben ayudarnos a asimilar esa importante habilidad para que nos podamos enfrentar mejor a la vida. Y no es un conocimiento que busque para satisfacer posiciones egoístas, pues al final nuestro aporte le sirve a la sociedad entera.
Para ilustrar la importancia de este aprendizaje vital, les dejo un artículo publicado el pasado 29 de mayo en Para ilustrar la importancia de este aprendizaje vital, les dejo un artículo publicado el pasado 29 de mayo en Página12.
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Contratapa
Lunes, 29 de Mayo de 2006
Niels Bohr
Por Adrián Paenza
La que sigue, es una historia que me acercó Juan Pablo Paz -uno de los científicos más prestigiosos que tiene la Argentina- y que está dando vuelta hace un tiempo en los medios académicos (y no académicos también). En todo caso, después de leerla verá que ni siquiera importa si es cierta, aunque los físicos aseguran que sí. Lo que seguro vale la pena es discutir su contenido. Y pensar.
Muchas veces, en un colegio o en alguna facultad, un alumno tiene una idea distinta, una idea que el profesor no contempló, no pensó. Una idea: ni más ni menos que eso. Y la reacción del docente no siempre es la esperable: pensar con el alumno, dejarse desafiar por alguien que piensa diferente, que propone un ángulo diferente.
Este capítulo entonces, está dedicado a la reflexión a la que invita la siguiente historia:
Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota:
"Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de ponerle un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que éste afirmaba convencidísimo que su respuesta era absolutamente acertada.
"Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo.
"Leí la pregunta del examen y decía: ¿Qué haría usted para determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro?
"El estudiante había respondido: 'Lleve el barómetro a la azotea del edificio y átale una cuerda muy larga. Descuélguelo hasta la base del edificio, marque y mida. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio'.
"Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta, correcta y completamente.
"Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, podría alterar el promedio de su año de estudios, obtener una nota más alta y así certificar su alto nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel.
"Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le concedí seis minutos para que me respondiera la misma pregunta, pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física.
"Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada.
"Le pregunté si deseaba marcharse, pero me contestó que tenía muchas respuestas al problema. Su dificultad era elegir la mejor de todas.
"Me excusé por interrumpirlo y le rogué que continuara. En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta:
'Agarre el barómetro y tírelo al suelo desde la azotea del edificio. Calcule el tiempo de caída con un cronómetro.
"Después se aplica la fórmula:
Altura = 0,5.g.t2
(Donde g es la aceleración de la gravedad y t es el tiempo que uno acaba de calcular con el cronómetro)
'Y así obtenemos la altura del edificio.
"En este punto le pregunté a mi colega si el estudiante se podía retirar. Le dio la nota más alta."Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras respuestas a la pregunta.
'Bueno', respondió, 'hay muchas maneras. Por ejemplo, agarrás el barómetro en un día soleado y medís la altura del barómetro y la longitud de su sombra.
"Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio.
"Perfecto, le dije, ¿y de otra manera? 'Sí, contestó, éste es un procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve. En este método, agarrás el barómetro y te situás en las escaleras del edificio en la planta baja. A medida que vas subiendo las escaleras, vas marcando la altura del barómetro y cuentas el número de marcas hasta la azotea. Multiplicás al final la altura del barómetro por el número de marcas que hiciste y ya tenés la altura. Este es un método muy directo.
"Por supuesto, si lo que uno quiere es un procedimiento más sofisticado, puede atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Si calculamos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la gravedad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla formula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio.
"En este mismo estilo de sistema, atás el barómetro a una cuerda y lo descolgás desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo podés calcular la altura midiendo su período de precesión. En fin, concluyo, existen otras muchas maneras.
"Probablemente, la mejor sea tomar el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del conserje. Cuando abra, decirle: señor conserje, aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo.
"En este momento de la conversación, le pregunté si no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares).
"Me dijo que sí, que evidentemente la conocía, pero que durante sus estudios, sus profesores habían intentado enseñarle a pensar.
"El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés, premio Nobel de Física en 1922, más conocido por ser el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica.
"Al margen del personaje, lo divertido y curioso de la anécdota, lo esencial de esta historia es que le habían enseñado a pensar".
Fascinante. Una asignatura en curso, al menos para mí.
Categorías: Reflexiones, Creatividad, Ciencia, Bohr
Un cuate decía que la física es la filosofía contemporánea. Quod erat demonstrandum.
ResponderBorrarEl tipo era un artista.
¿La filosofía contemporánea? ¿Tan complicada (o fácil) la veía?
ResponderBorrarYa habia leido antes esta historia,es realmente ...sorprendente??
ResponderBorrarClarita:
ResponderBorrarYo también la había leído antes, pero en forma de un correo electrónico al cual es fácil tansformar en una leyenda urbana.
No sabía que el alumno en cuestión fue Bohr sino hata que elí el artículo. Supe entonces que el texto no era fruto de la imaginación de una persona sino que era una muestra de las infinitas posibilidades de la mente humana.